En el corazón del vibrante panorama colombiano, donde la tierra promete abundancia y la gente desborda resiliencia, se alza una pregunta persistente que resuena en cada esquina, desde las bulliciosas ciudades hasta los rincones más apartados del campo: ¿Qué está pasando? A pesar de los discursos grandilocuentes y las estrategias de marketing político que inundan los medios, la percepción ciudadana dibuja un panorama de estancamiento, o incluso retroceso, en áreas vitales como la seguridad, la economía y el impulso al emprendimiento. Parece que, a pesar de las promesas, los engranajes del progreso se mueven con lentitud exasperante, dejando a muchos con la sensación de un futuro congelado.
Nosotros, desde el PERIÓDICO PRO INTERNACIONAL, el medio que amamos, parte del Grupo Empresarial JJ, abordamos esta realidad con la seriedad y el compromiso que nos caracterizan. No buscamos solo señalar, sino comprender profundamente las causas de este desasosiego y, más importante aún, iluminar los caminos posibles hacia un mañana diferente. La desilusión no puede ser el final del camino; debe ser el catalizador para la acción informada y constructiva.
La Percepción de Inmovilismo: ¿Marketing sin Sustancia?
El clamor popular es cada vez más fuerte. En el Valle del Cauca, epicentro de gran actividad económica y social, y a nivel nacional, la narrativa recurrente apunta a una brecha significativa entre lo que se dice y lo que realmente se percibe en el día a día. ¿Dónde están los resultados tangibles en la mejora de la seguridad ciudadana, que sigue siendo una preocupación primordial? ¿Por qué la economía, motor del bienestar colectivo, no muestra signos de dinamismo y crecimiento que se traduzcan en mejores oportunidades de empleo y desarrollo para todos? ¿Y qué pasa con el emprendimiento, ese espíritu innovador que caracteriza a los colombianos, que parece encontrar más obstáculos que apoyo real?
La retórica oficial a menudo presenta cifras y proyectos, pero la calle habla otro idioma. Familias que luchan contra el aumento constante del costo de vida, pequeños y medianos empresarios que ven cómo sus negocios apenas sobreviven, y ciudadanos que se sienten cada vez más vulnerables ante la inseguridad, no encuentran eco en los mensajes optimistas de las campañas de comunicación gubernamentales. Esta desconexión genera un sentimiento de abandono y la duda legítima: ¿Están los recursos disponibles, provenientes de impuestos y cooperación internacional, realmente enfocados en resolver los problemas fundamentales de la sociedad, o están siendo desviados, mal gestionados o, simplemente, no se están ejecutando con la eficacia y transparencia necesarias?
La gasolina sigue subiendo, impactando directamente los costos del transporte y, por ende, de los alimentos y otros bienes esenciales. Si bien factores internacionales influyen, la percepción es que las medidas internas no logran mitigar el golpe a los bolsillos de los ciudadanos. Los alimentos, presentados en campañas como accesibles o subsidiados, en la práctica reflejan precios inalcanzables para amplios sectores de la población. Los discursos son prometedores, llenos de visión y planes ambiciosos, pero la materialización de esas promesas en resultados concretos sigue siendo una asignatura pendiente.
El Laberinto de la Corrupción: ¿Un Sistema Diseñado para Fallar?
Un punto crítico que empaña la gestión pública y genera profunda desconfianza es la persistencia de la corrupción. Particularmente en entidades de tránsito, las denuncias se multiplican, no solo a nivel local y nacional, sino que también atraen la atención y preocupación de gobernantes y organismos internacionales. La pregunta se vuelve dolorosa: ¿Está el sistema actual, con sus trámites complejos, su burocracia enredada y sus puntos de control discrecionales, involuntariamente (o quizás deliberadamente) diseñado para facilitar actos de corrupción?
Las historias de sobornos para evitar multas, licencias fraudulentas, contratos irregulares y desvío de fondos en la infraestructura vial o el control del transporte son moneda corriente en el imaginario popular y, lamentablemente, sustentadas por investigaciones periodísticas y procesos judiciales. Esta corrupción sistémica no es un problema menor; tiene consecuencias directas y devastadoras. Desvía recursos que deberían invertirse en seguridad vial, en mantenimiento de carreteras, en sistemas de transporte público eficientes y seguros. Erosiona la confianza en las instituciones, desincentiva el cumplimiento de la ley por parte de los ciudadanos que ven la impunidad a diario, y perpetúa un ciclo vicioso donde la ilegalidad parece ser la norma y no la excepción.
La preocupación internacional no es casualidad. Un sistema de tránsito corrupto no solo afecta a los ciudadanos del país, sino que también impacta la logística, el comercio y la percepción de seguridad para la inversión extranjera y el turismo. Cuando los sistemas básicos de control y orden público están viciados, se proyecta una imagen de debilidad institucional que ahuyenta oportunidades y frena el desarrollo.
¿Qué Deben Hacer los Gobernantes? Un Llamado a la Acción Real
Ante este panorama, la pregunta crucial es: ¿Qué deben hacer quienes tienen la responsabilidad de liderar? La respuesta exige un cambio de enfoque radical, pasando de la gestión de crisis y la comunicación estratégica a una visión audaz, transparente y orientada a resultados tangibles y medibles.
En primer lugar, es imperativo un compromiso inquebrantable con la transparencia absoluta en el manejo de los recursos públicos. Cada peso invertido debe estar claramente documentado y ser accesible para el escrutinio ciudadano en tiempo real. Implementar tecnologías como blockchain para el seguimiento de contratos y gastos, o plataformas de datos abiertos robustas y amigables, no son lujos futuristas, son necesidades urgentes para reconstruir la confianza.
En seguridad, se requiere una estrategia integral y a largo plazo que vaya más allá del aumento de la presencia policial (aunque necesaria). Esto implica abordar las causas subyacentes de la criminalidad, invertir en educación y oportunidades para jóvenes en riesgo, fortalecer la inteligencia y la investigación criminal, y, fundamentalmente, sanear y tecnificar los cuerpos de seguridad y justicia para erradicar la corrupción interna y la ineficacia.
En materia económica y de emprendimiento, la clave está en crear un ecosistema favorable, no solo dar subsidios puntuales. Esto significa reducir la carga regulatoria y tributaria para las PYMES, facilitar el acceso a crédito y financiamiento, invertir en infraestructura digital y logística, y promover la formalización y capacitación. Los recursos deben dirigirse a fortalecer las cadenas de valor locales, fomentar la innovación tecnológica y abrir mercados, en lugar de quedarse en intermediarios o proyectos de alto perfil con bajo impacto real en la base de la economía.
Respecto a la corrupción en el tránsito y otras entidades, la solución pasa por una reforma estructural profunda. Simplificar trámites, digitalizar procesos para eliminar la interacción directa y discrecional entre funcionario y ciudadano (menos papeleo, menos oportunidades de coima), implementar mecanismos de control interno rigurosos y con dientes, y garantizar la independencia y eficacia de los entes de control y la justicia. La impunidad es el caldo de cultivo de la corrupción; castigar ejemplarmente a los corruptos es enviar un mensaje poderoso y necesario.
Los gobernantes deben dejar de ver a la ciudadanía como un mero electorado o receptor pasivo de servicios, y comenzar a verla como un aliado estratégico. Fomentar la participación ciudadana real en la planeación y veeduría de proyectos, escuchar activamente las necesidades y propuestas de la base, y rendir cuentas de manera honesta y periódica son pasos esenciales para construir una gobernanza efectiva y legítima.
Nuestras Recomendaciones al Pueblo: El Poder de la Acción Informada
Pero el futuro de Colombia no depende únicamente de quienes ocupan cargos de poder. Depende, en gran medida, de nosotros, el pueblo. Ante la percepción de inmovilismo y corrupción, la tentación del cinismo o la apatía es grande, pero es precisamente en esos momentos donde nuestra responsabilidad ciudadana se vuelve más crucial que nunca. ¿Qué podemos hacer?
Primero y fundamental: Informarnos de manera crítica y profunda. No quedarnos con los titulares o los discursos oficiales. Investigar, contrastar fuentes, leer informes, analizar datos. Un ciudadano informado es un ciudadano empoderado, capaz de distinguir entre el marketing y la realidad, entre la promesa vacía y el compromiso genuino. PERIÓDICO PRO INTERNACIONAL está aquí para ser su aliado en este camino, ofreciendo información veraz y análisis profundo.
Segundo: Participar activamente y exigir rendición de cuentas. Utilizar los mecanismos de participación ciudadana existentes (cabildos abiertos, veedurías, consultas). Si no existen mecanismos efectivos, crearlos o exigirlos. Demandar transparencia en cada acto público, preguntar por la ejecución de los presupuestos, cuestionar las decisiones que nos afectan. La complacencia es el mejor amigo de la ineficiencia y la corrupción.
Tercero: Apoyar y fomentar iniciativas ciudadanas y emprendimientos locales. La economía no solo crece de arriba hacia abajo. El consumo consciente, el apoyo a los pequeños empresarios, la creación de redes de colaboración comunitaria, son formas poderosas de construir resiliencia económica desde la base. Nuestro futuro económico está también en nuestras manos, en cómo decidimos gastar, invertir y colaborar.
Cuarto: Denunciar la corrupción y la ilegalidad sin miedo. Los canales de denuncia deben ser conocidos y confiables, pero incluso si no lo son perfectos, levantar la voz es un acto de valentía cívica indispensable. Presionar para que las denuncias sean investigadas y sancionadas. No normalizar la trampa o el atajo ilegal; nuestra ética individual moldea la ética colectiva.
Quinto: Construir comunidad y tejer redes de confianza. La seguridad no es solo un asunto policial; es también un resultado de comunidades cohesionadas, donde los vecinos se conocen, se cuidan y colaboran. Organizarse en barrios, promover la sana convivencia, participar en actividades cívicas y sociales, fortalece el tejido social y crea entornos más seguros y resilientes.
El camino hacia un futuro próspero, seguro y justo en Colombia no es fácil ni lineal. Estará lleno de desafíos y requerirá perseverancia. Pero la historia nos ha enseñado que el cambio real, el cambio que perdura y transforma, a menudo nace de la presión ciudadana informada, organizada y decidida. No podemos esperar a que «ellos» lo hagan todo. Somos «nosotros», juntos, quienes tenemos el poder de construir la Colombia que amamos, una Colombia donde las promesas se conviertan en realidades tangibles, donde la transparencia sea la norma y donde el ingenio y el trabajo honesto de su gente sean la verdadera fuerza que impulse el progreso.
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